El cambio de vida

Justo en los días en los que estaba estrenando este blog, fui víctima de la delincuencia común, de la más baja que puede haber. Perdí mi más valiosa herramienta de trabajo (mi computador) y con él, varios años de recuerdos que habían quedado en miles de fotografías. Este golpe me dio el empujón que necesitaba para buscar salir del barrio y empezar una nueva vida en otra clase de vivienda. Un apartamento en un conjunto cerrado.

No ha sido fácil y al principio ni siquiera sentía que ese lugar fuera «mi hogar». Los primeros meses tenía la sensación de estar arrimado, no asimilaba que había cambiado de lugar de vivienda y que muchos lugares que antes eran lejanos ahora estaban a menos de 15 minutos de caminata. Los espacios, aunque más pequeños, son acogedores. Y lo mejor es que justo al frente hay un parque. Y muchos, muchos árboles. En las madrugadas los pajaritos trinan incesantemente hasta que el sol aparece. Durante el día se ven los perros de los vecinos saliendo a su paseo matutino o vespertino; los gatos que se escabullen de sus encierros y vagabundean merodeando o acechando algún desprevenido pajarillo que esté confiadamente en el suelo.

Tengo un lugar al que podría llamar «mi espacio». La más pequeña de las habitaciones se convirtió en mi estudio. Ahí, donde funciona un portátil viejo, que ha sido noble resistiendo los abusos del trabajo y al cual he cuidado como una perla de gran precio, ahí guardo mis trajes y camisas; guardo mi colección de camisetas de fútbol y mis cuadernos vacíos, esperando a ser llenados con historias garabateadas mientras estoy en cualquier parte, esperando. Adecué incluso una pequeña pero recursiva cafetería donde puedo preparar café negro, latte, incluso té. Para calmar mi ansiedad he estado armando un pequeño posavasos con envolturas de dulces, dulces que hemos comido en casa. Abrí espacio para dos grabadoras que funcionan de forma regular, pero que me permiten escuchar música mientras trabajo. Pero aún no está terminado de organizar. Faltan muchas cosas por hacer.

No obstante lo anterior, el cambio de vida me quitó una tara terrible: la de ir acumulando cosas innecesarias. Luego de la mudanza revisamos lo que habíamos movido. Y decidimos regalar ropa, zapatos, juguetes. Decidimos sacar las colecciones de personajes de cajita feliz y exhibirlos en repisas hechas con los pedazos del escritorio más viejo, que ya no cabía en ningún lugar. Incluso aparecieron los viejos «joysticks» del antiguo computador robado, y terminamos adecuando una suerte de lugar de entretenimiento.

Y sí, ahora que lo veo en retrospectiva, terminó ocurriendo lo mismo del cuento de la vaca. Pero no fue gratis: el impacto del robo fue tan terrible que las crisis de angustia por todo lo perdido fueron devastadoras. Tanto así, que empecé a tomar bajo estricta vigilancia médica ansiolíticos y dejé el consumo de alcohol para evitar daños colaterales. Empezamos a recibir visitas de apoyo de varios amigos que conocían el caso de cerca, y los mejores siempre estuvieron ahí para nosotros. Y también pude confirmar algo que es más descorazonador: la calidad de vida cuesta mucho.

Publicado por eamorenom

Un observador de su entorno, cronista de comedor, apasionado por la música y la literatura.

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