El sueño del flaco.

Hace poco, por una situación de vida que no es menester comentar por aquí, recordé por qué no me gusta encariñarme con las empresas donde he trabajado: cuando pasas mucho tiempo vinculado y empiezas a ver que tus compañeros de trabajo se van, para que sus puestos sean ocupados por otros (en un ciclo que, en medio de todo es normal cuando se trabaja en empresas que ejecutan proyectos), una parte de ti se va con esa persona y una parte de esa persona se queda contigo. Hay puntos de «no retorno», situaciones específicas en donde se logra conectar con personas con las que, a pesar del tiempo y de que ya no se comparta el espacio de trabajo, se logra cultivar una amistad; de esas que no necesitan la charla diaria sino que al darse la oportunidad del reencuentro, parece como si el tiempo se hubiera detenido y no se hubiera pasado tanto tiempo lejos de ese amigo (o amiga, también) con la confianza intacta.

Hace unos días una noticia me tomó por sorpresa. Uno de los compañeros de trabajo más peculiares y carismáticos que haya conocido jamás, se iba de la empresa en la que, hasta hace apenas una semana al momento de escribir estas líneas, coincidimos a pesar de estar en diferentes áreas. Cada uno se bate como un león en su área y, mientras mi batalla diaria es técnica, la de él es comercial. En una increíble simbiosis, el trabajo de uno no tiene razón de ser sin el del otro. Y esas «habilidades blandas» como el don de gentes, la autenticidad, la facilidad de palabra entre otras cosas son lo que termina haciendo que un profesional dedicado a la búsqueda de nuevos clientes pueda tener más éxito que alguien a quien (como yo) no las tiene, le tocase salir a buscar proyectos, a tocar puertas. Eso es lo que hace el trabajo de esta persona muy valioso. Sin embargo, a pesar de saber lo bueno que es en su área, los recuerdos que tengo de él son tres.

El primero nació por una casualidad de llegar al mismo tiempo, al mismo lugar. Un día que coincidimos varias personas en el patio del parque industrial donde funciona la empresa, ahí estaba él. Y dado que el área de talento humano es manejada por tres mujeres, para romper el hielo las saludé diciéndoles «está presente la santísima trinidad de talento humano». Mientras ellas estallaban en una carcajada, el flaco las veía y les decía: «¿ven? Se los dije» Y empezamos a conversar sobre el porqué del chascarrillo, de cómo las veíamos y de la importancia que tienen esos momentos de distensión.

El segundo, justo después de ese momento, fue para finalizar la charla, mientras cada uno hablaba de lo que sería su sueño para llevar a cabo una vez decidiera retirarse de su ejercicio profesional. Y es aquí donde me sorprendió mucho lo que dijo el flaco. Tal vez gracias a su naturaleza, es que tiene ese objetivo de vida. Me decía: «mire, mi sueño una vez me retire y deje de trabajar en ingeniería es… (toma aliento y suspira) mi sueño es tener junto a mi esposa un pequeño hotel en la playa a donde la gente vaya y pueda atenderla y que se sienta feliz de estar ahí; quiero que mi esposa y yo atendamos y podamos disfrutar de atender a quienes vayan a descansar». Lo que me sorprendió es que es un sueño conjunto. Mientras yo soy un convencido de lo cambiante que es la vida y las situaciones y que tener una meta no necesariamente implica que se pueda llegar a ella en compañía de alguien, él cree en ese amor bonito donde cada uno está en sintonía con el otro y le apuestan al mismo sueño.

El tercero no es tan agradable como los otros dos. En una suerte de circunstancias sobre las que no quise ahondar (para respetar el dolor de él), su hermana partió súbitamente de este mundo. Cuando fue a la empresa luego de las honras fúnebres, siempre habló de «celebrar la vida» de su hermana. Recordó sus aspectos más destacados, la relación que ella llevaba con su esposa (eran casi como hermanas), el enorme cariño que se tenían como hermanos. Nunca vi a alguien que se refiriese así, con una sonrisa en sus labios y con palabras llenas de alegría, a una familiar que ha fallecido. Sé que son formas de manejar el duelo, pero la de él me pareció singular. Lejos de pensar que ya no estaría más con él y su esposa, el flaco insistió en los bonitos recuerdos que le quedaban. Incluso en sus redes sociales la frase que aparecía era «celebrar la vida». Mientras nos mostraba los elementos que se habían quedado en el casillero del trabajo de su hermana, soltó una frase que me llamó la atención: «vamos a echarla de menos». Eso dice mucho de su visión colectivista de la vida y de cómo una persona puede ser una gran influencia en quienes los rodean.

La semana pasada y a través de un correo corporativo, la empresa fue informada de su renuncia. Esperaba de cualquier persona que partiera. De cualquiera, menos de él. Y a través de un mensaje muy correcto políticamente hablando (es decir, sin mucho apasionamiento, centrado en el paso de él por la empresa y nombrando algunas cosas que él considera que son fundamentales para ésta), nos dio un «hasta pronto». Pero nuevamente, como el mago al que uno cree que se le acaban los trucos, sorprendió con una frase, la cual cierra el cuerpo del mensaje: «les deseo negocios felices!». Para algunas personas en el mundo, la felicidad no es un momento: es un estado. Y ese optimismo que es motor de su felicidad hace parte de su esencia. Creo que eso es lo que le termina de dar autenticidad al flaco: ese optimismo.

A este (ahora) ex-compañero de trabajo, le deseo muchos éxitos en su nueva etapa profesional. Y que ojalá ese enorme carisma le siga abriendo puertas, tantas como sea posible, para que su sueño pueda hacerse realidad.

Publicado por eamorenom

Un observador de su entorno, cronista de comedor, apasionado por la música y la literatura.

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