La décima parte.

La primera vez que escuché la frase de «la décima parte» fue en una revisión de un proyecto eléctrico, en mi época de revisor con el operador de red de los proyectos que allá se presentaban, el cual yo estaba evaluando para emitir las correcciones a que hubiera lugar. Una ingeniera de temperamento muy fuerte me dijo, en medio de la ira que le causaba ver cómo iban saliendo y saliendo observaciones, que yo como profesional no llevaba «ni la décima parte» de su trayectoria profesional. Aún hoy asumo que se refería a cantidad de proyectos ejecutados porque su edad, a la fecha, sigue siendo un misterio para mí. La respuesta que tuve que darle no la calmó en ese instante, pero la llevó a hacer una tremenda reflexión: «una persona puede haber hecho lo mismo durante muchos años, pero puede haberlo estado haciendo mal». En esa época apenas llevaba la tercera parte de lo que ha sido mi vida profesional.

El 26 de octubre de 2020, en medio de un evento histórico que partió la dinámica laboral y educativa del mundo en dos, tuve la buena fortuna de firmar un contrato laboral que, en principio, no pensé que durara más allá de dos años. De esa fecha hasta el momento de escribir estas líneas han transcurrido tres años, un mes, quince días. En marzo de 2023 terminé batiendo mi récord de permanencia en una firma de ingeniería (estaba en 2 años y 5 meses) y a esta altura de mi vida laboral en la firma que me ha dado la oportunidad de ejercer como ingeniero electricista, quiso el destino que mis años de permanencia fueran la décima parte del tiempo de existencia de una empresa en la cual, en medio de todas las tribulaciones cotidianas que trae nuestra labor, la experiencia que he tenido durante estos tres años (y aludiendo a su sigla) ha sido de película.

Trabajando y rugiendo como leones, en una experiencia que ha sido de película.

En 1993 tenía la tercera parte de la edad que hoy día tengo. En ese año, mientras un aspirante a bachiller se aprestaba a cursar su último año de educación media sin tener la más mínima idea de qué estudiar profesionalmente, un grupo de ingenieros se daba la pela para luchar en un proyecto de vida que, desde siempre en la historia de Colombia, ha sido por decir menos, quijotesco: crear empresa. Lejos de lo que pudiera haber sido la historia oficial de esta firma, en el balance de proyectos, presupuestos ejecutados y comunidades beneficiadas, hay una parte de la historia que reposa en los anaqueles de archivo, por una parte y en la narración oral, por otra: el lugar de sus inicios, sus primeros clientes, los primeros trabajadores contratados, los primeros activos adquiridos, las primeras facturas cobradas y (sería el colmo no mencionarlo) las primeras declaraciones de impuestos al fisco.

¿Ha cambiado mucho el mundo en tres décadas?

Cuando pienso en esa pregunta, recuerdo uno de mis primeros trabajos: era mensajero en un centro de copiado. Antes del advenimiento de los programas de diseño asistido por computador (CAD) y de los diversos medios de transmisión magnética, así como del almacenamiento de planos, existían enormes talleres de diseño en los cuales avezados delineantes ejecutaban las órdenes de ingenieros y arquitectos para plasmar sus ideas en pliegos de papel pergamino. Eran las épocas de revisión y aprobación de proyectos en ACIEM, de copias de planos en heliógrafos y de segundos originales, todos documentos que soportaran la idea creativa del profesional para su proyecto. En ese tiempo, perder un plano significaba horas de trabajo y por esa razón, las copias en papel eran el lugar donde los conceptos de revisores e interventores quedaban plasmados. Pero en esa segunda mitad de los años ’90, en un equivalente a lo que hoy en día vivimos con los modelos BIM, las impresiones de gran formato y los archivos digitales iban relegando, poco a poco, a aquellos que no habían dado el paso para modernizarse. De forma irónica, la vida nos muestra que esas etapas son cíclicas y que aquel que no se actualiza, pronto va quedando relegado.

Las crisis económicas a todos, de una u otra manera, nos han pegado muy fuerte. Y que una empresa logre sobrepasar la barrera de las bodas de plata y siga dándole la batalla al mercado, no solo es un caso de admirar, sino que también es el ejemplo de lo que debería ser la búsqueda de un objetivo común: poder permitirle a muchas personas una relación beneficiosa para ambas partes, en las que de forma simbiótica van para el mismo lado.

El mañana, al igual que nuestras vidas, es finito. Sin embargo, las grandes caminatas siempre se inician con un paso. Cuando un grupo de personas logra con sus acciones trascender en el tiempo, recuerdo al personaje de la película «The Shawshank redemption» Brooks Hatlen. Un hombre que, dado el tiempo que había pasado en ese entorno hostil en el que la película se ambienta, era visto por sus compañeros de infortunio como un hombre «institucionalizado». En escenarios diferentes, personas particulares logran convertir proyectos en instituciones; hacer parte de esos equipos termina volviendo, de forma implícita, la responsabilidad laboral en algo más allá del cumplimiento del deber: lleva consigo la necesidad de innovar, ser creativo, estudioso y sobre todo, aportar algo que los expertos organizacionales llaman «valor agregado». Un conocimiento, una habilidad, una virtud personal, que despierten entre propios y extraños simpatías y confianza, algo cada vez más difícil de conseguir. Con una enorme trayectoria, esta empresa dejó, hace mucho, de ser una más en el mercado para llegar a ser una institución, un referente para muchos en el sector eléctrico, yendo de la mano con los avances tecnológicos del mercado (energías limpias, movilidad eléctrica, smart cities, entre otras). Es tarea de los que ahora hacemos parte de ella, seguir trabajando para que esa institucionalización no se desvanezca en medio de los vaivenes del mundo, sino que pueda seguir de pie, muchos años más.

Volviendo al inicio de este texto y respecto a la respuesta que yo di, ésta, como un boomerang, me pegó en la cara fortísimo: en esta clase de labores es mejor dudar siempre de lo que se sabe; confirmar, estudiar, confrontar muchas más fuentes de información y sobre todo, escuchar a la experiencia. Nadie es infalible y decenas de ojos siempre verán mucho, muchísimo más, que un par. O dos. Sea esta, entonces, la oportunidad de recordar que en el trabajo en equipo una genialidad puede resolverlo todo. Pero también un descuido puede enviar todo al traste. Cuidarnos entre todos y apoyarnos en la medida en que podamos también hace parte de ese trabajo en equipo.

Gracias a todos los que me han permitido seguir haciendo parte de esta institución.

Publicado por eamorenom

Un observador de su entorno, cronista de comedor, apasionado por la música y la literatura.

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1 comentario

  1. “La Décima Parte”, que buen título, pero mejor aún el contenido y reflexiones. Y es que cometemos errores siempre. Al margen de la experiencia, habrán errores; pero justamente al sobreponernos de ellos (aprender, comprender -> comprehender, ajustar, revisar, repetir el ciclo), logramos hacer gestas tan enormes y bellas como la empresa donde andas. Desde que el camino sea feliz, el tiempo vale güebo, entonces te deseo otros tres mas, o los que sean. Gracias!

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